Por Yoshie Furuhashi
Traducción Néstor Gorojovsky
Tanto las respuestas al debate Robert Brenner-Sam Gindin (7 de diciembre de 2007) como el debate en sí mismo me hacen pensar nuevamente que los izquierdistas deberían olvidarse de la remanida pregunta sobre si el capitalismo está en crisis, y hacerse otras preguntas.
El capitalismo, como modo de producción, jamás entrará en crisis a nivel planetario. Siempre hay tendencias económicas globales, y a veces algunas golpean negativamente a las tasas de ganancia, pero hay diferencias dramáticas en el modo en que impactan en los diversos países; el impacto depende de sus economías políticas, sus estructuras sociales, y (lo más importante) de sus condiciones culturales (que son las únicas sobre las cuales en este momento pueden intervenir los izquierdistas, hasta cierto punto al menos, antes incluso de encontrarse en condiciones de cambiar la economía política y la estructura social de un país determinado).
El capitalismo siempre está cambiando, pero hay períodos durante los cuales los cambios son más profundos y marcan la transición de un régimen de acumulación a otro; se pasa entonces de viejas estructuras políticas nacionales e internacionales que eran funcionales al viejo régimen a otras, nacionales e internacionales, que se ajustan mejor al nuevo régimen. La Segunda Guerra Mundial hizo posible la hegemonía estadounidense que puso fin a la era de las guerras interimperialistas: fue uno de esos pasajes. El fin de la expansión de posguerra fue otro. Quizás hoy nos encontremos ante otro pasaje, marcado por la posibilidad del fin de la hegemonía del dólar, que está asomando en el horizonte.
En cada transición se ofrecen aperturas políticas a las clases populares. La pregunta está en saber si están motivadas y organizadas de modo de aprovecharlas. Sobre este asunto crucial, Brenner y Gindin están de acuerdo: esté o no en crisis el capitalismo, lo seguro es que lo están los izquierdistas, en especial los del Norte; en buena medida debido al problema innegable de que los trabajadores del Norte, sobre todo en los EEUU, están cada vez más atomizados, y en una medida no menor debido a la ausencia de una alternativa sistémica1 al capitalismo que inspire al pueblo y consiga su lealtad.
Cuando el pueblo no está organizado ni motivado para aprovechar las aperturas, las clases dominantes lo hacen, y establecen un nuevo régimen de acumulación.
Y no siempre que los pueblos están motivados y organizados lo están por fuerzas e ideas originados en la tradición marxista.2 "En realidad, y al menos por ahora, Marx ha cedido el escenario de la historia a Mahoma y el Espíritu Santo. Si Dios murió en las ciudades de la revolución industrial, se ha vuelto a poner de pie en las ciudades postindustriales del mundo en desarrollo", declara Mike Davis ("Planet of Slums," New Left Review 26, Marzo-Abril 2004).
Aijaz Ajmad reconoce el mismo fenómeno, y agrega:
El mundo secular tiene que ser justo por partida doble: tiene que serlo según los términos que definió para sí mismo, y también para defenderlo de la afirmación de que Dios hubiera ofrecido mejor justicia. Dicho de otro modo, tiene que contener suficiente justicia como para que no haga falta invocar la justicia de Dios contra la injusticia de los no creyentes. ("Islam, Islamism and the West," Socialist Register 2008)Pero, ¿cómo? Randhir Singh aclara lo que hay que hacer en mejores términos que Davis y Ajmad: "negociar mejor las transacciones inevitables entre desarrollo económico y justicia social, entre requerimientos de productividad y eficiencia, por un lado, y por el otro sustentabilidad ambiental y calidad de vida, que no son reducibles a progreso material o crecimiento económico" ("Future of Socialism," MRZine, 29 de diciembre de 2007). Pero está muy lejos de ser evidente por sí mismo, y para los religiosos está más lejos que para nadie, que los izquierdistas seculares puedan negociar mejor esas transacciones -- así como otra, la que se da entre libertad y seguridad -- que aquellos que "invocan la justicia de Dios contra la injusticia de los no creyentes", dada la experiencia del socialismo de Estado del siglo XX y los gobiernos de quienes se autoidentifican como socialistas u otros izquierdistas seculares que existen hoy.
Así que la crisis de la izquierda secular continuará. Reconocerla como un problema más urgente que el de si hoy el capitalismo es dinámico o se ha estancado es el primer paso hacia su superación.
1 La idea de "socialismo del siglo XXI" por la que se combate en Venezuela, Ecuador y Bolivia, aún está en su infancia y es hoy más una alternativa a la hegemonía estadounidense y al régimen neoliberal de acumulación que una alternativa al captialismo como tal, y las fuerzas que han llevado al poder a Hugo Chávez, Rafael Correa y Evo Morales (y allí los mantienen) se componen de clases y corrientes políticas contradictorias.
2 Concientemente, al menos. Pero la tradición marxista ha dejado marcas indelebles en todas las fuerzas de las clases populares, incluso las que la han rechazado expresamente.
A pesar de la moda de compararlo con los movimientos políticos de la extrema derecha, la mejor definición del islamismo sería "islamo-leninismo". Si bien el leninismo es un movimiento secular que niega su origen religioso y el islamismo es un movimiento que se reconoce religioso mientras suprime su deuda con el pensamiento secular, el pensamiento escatológico es igualmente central para ambos. (John Gray, "Faith in Reason: Secular Fantasies of a Godless Age," Harper's Magazine, Enero 2008, p. 88)Haría un comentario a la observación de Gray: se debería reservar el término "islamo-leninistas" para aquellos islámicos que, como los de Irán, Hizballah y Jamas, pueden construir organizaciones de masas de las clases populares en función de sus propios proyectos nacionales de inflexión populista y antiimperialista, que no hay que confundir, por ejemplo, con el islamismo de las células terroristas al estilo de Al-Qaeda.
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